El cráter
Ngorongoro nos regaló una divertida anécdota justo antes de marcharnos:
estábamos comiendo tranquilamente cuando me fijé que un águila se detuvo en el
aire unos 10 metros sobre nuestras cabezas para lanzarse en picado y robar
limpiamente una loncha de queso de las manos de Gary.
De Arusha no hay
mucho que destacar, excepto que en cada rotonda había unos novios y sus
familiares haciéndose fotos de boda. Será porque Tanzania no tiene paisajes
espectaculares… Ah, y que en la discoteca dónde salimos (no imaginéis más que
un bar con billar y música) encontramos a un guerrero massai y lo convertimos
en estrella de la fiesta al bailar todos con él.
De camino a la
costa, las nieves del monte Kilimanjaro se nos muestran esquivas, escondiéndose
tras una densa capa de nubes. Otra tormenta de arena nos sorprende, más ligera
esta vez, pero la arena rojiza se fusiona con el sol poniente, creando un aténtico
espectáculo.
Y por fin llegó el
momento que llevábamos muchos días esperando: tomamos el ferry en dirección a
Zanzíbar, mítica isla por ser el centro del comercio de esclavos con oriente,
por las especias que se cultivaban y muy especialmente, por sus playas de arena
blanca y aguas turquesas.
Stone Town, el
casco histórico, tiene un gran parecido con Lamu, por sus casas de coral y
elaboradas puertas de madera. Personalmente, me quedo con la segunda, pues ha
sabido conservar mejor su espíritu. Des de allí visitamos una granja de
especias, en la que cultivan des de vainilla o curry hasta clavo o jengibre,
rodeadas de altísimas palmeras que nos recuerdan que estamos en un paraíso tropical.
Sinceramente, no esperaba mucho de la visita, pero resulta sumamente
interesante.
Al día siguiente
nos dirigimos al norte y comprendo al instante la merecida reputación de sus
playas: la arena es tan blanca que, como si fuera nieve, ciega con el sol. Tomamos
un barco de madera tradicional para dirigirnos a la joya de la corona, el Mnemba Atoll. ¿Sabéis esas postales de
lugares paradisíacos que muestran una pequeña isla de arena blanca impoluta con
un centro de cocoteros y rodeada de aguas turquesas? Pues bien, estamos en esa
postal!
Pero todo tiene ser
contado: tiene la fama de mejor sitio de buceo de Zanzibar pero me resulta
decepcionante, es mucho menos colorido que el Mar Rojo. Sin embargo, cada vez
que salgo del agua me quedo embelesado con el idílico paisaje que me rodea, que
ni los mejores artistas en photoshop hubieran concebido.
La fiesta de
despedida con el grupo la hacemos en un pequeño velero, surcando tranquilamente
los arrecifes de coral. Zanzibar nos tenía preparado un regalo de despedida:
por primera vez en cuatro días, el cielo se despeja cuando el sol baja hacia el
horizonte y nos regala una puesta de sol espectacular. Cerramos la velada
contando estrellas fugaces tumbados en la arena, contemplando el cielo
infinito.
Me duele separarme
del grupo con que tantas anécdotas hemos compartidos, especialmente sabiendo
que ellos continúan la ruta hasta Ciudad del Cabo! Con algunos han sido 10
días, otros un mes, pero con certeza África nos ha marcado a todos.
Mi primer día en
solitario lo paso convaleciente en el paraíso, recuperándome de unas fiebres,
la primera vez que enfermo des que llegué a África, aguantando hasta ahora a
los cambios de temperatura, a las duchas frías, a la comida callejera y a los
entornos insalubres. Por suerte me recupero rápido y no me pierdo el colofón
final de viaje: ir a nadar con delfines.
Durante casi dos
horas navegamos en busca de éstos pero los pescadores nos indican que se han
ido a mar abierto. Perdida ya casi toda esperanza, nos paramos a bañarnos,
dispuestos a dar media vuelta. Y entonces se obró el milagro: un grupo enorme
de delfines se nos acerca a gran velocidad. Amagan que virarán a nuestra
derecha, pero se zambullen y desaparecen. Mi sorpresa es mayúscula cuando más de
30 de estas gráciles criaturas pasan nadando debajo de mío a escasos dos
metros, comunicándose entre ellos. Intento unirme al grupo pero un enorme macho
se gira hacía mí desafiante; mejor no olvidemos que son criaturas salvajes! Aún
así, soy incapaz de seguir su velocísimo ritmo. Subimos a la barca y los
seguimos, saltando cerca suyo cuando suben a la superficie, pero nunca nos
dejan que los sigamos más de unos segundos. Cambian el rumbo y se dirigen a lo
profundo. Me tiró una última vez al mar, esta vez yo sólo, pensando que la ya
los perderemos. Sin embargo, esta vez ocurre algo distinto: al sumergirse, el
grupo se dispersa en todas direcciones para reunirse de nuevo bajo de mí. En un
primer momento aceleran y cuando pensaba que los perdería de nuevo, ser frenan
de golpe, dejan que les alcance, y que nade con ellos más de media hora: me han
aceptado como uno más de la manada! Salen a respirar tan cerca de mí que la
gente de los botes pensó que iba agarrado a la aleta dorsal de uno. Cuento por
lo menos a 33 ejemplares, entre ellas dos crías y un bebé recién nacido que se
amamanta de su madre en pleno movimiento. Claramente éste se convierte en el
mejor baño de mi vida hasta la fecha, y creo que costará superar.
Con esto pongo
punto y aparte a mis aventuras en África, sin duda tendré que volver a este
continente de paisajes y naturaleza espectaculares y del que tanto he
aprendido: que poco hace falta para ser feliz!